Por José Avilés
Recientemente se han celebrado elecciones en Francia. El resultado de dichos comicios tiene trascendencia para Europa. En ellas se ha visto que los trabajadores y el pueblo no tienen una alternativa política propia e ideológicamente independiente, de las dos opciones que ofrece el gran capital para gestionar su crisis sistémica,
Una radiografía del sistema capitalista desarrollado nos muestra que el alto nivel de desarrollo, la reducción del tiempo de trabajo necesario para atender las necesidades humanas y la gran concentración de la producción, son incompatibles ya, con un sistema económico cuyo motor y condición imprescindible para mantenerse vivo, es el logro ilimitado de beneficios. En lo concreto eso se traduce en empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo en todo el mundo dependiente de Estados Unidos y Europa. Pero lo más importante en los países desarrollados es que la crisis del sistema, se expresa en un persistente retroceso de los salarios directos e indirectos, o recibidos en forma de prestaciones y servicios sociales. En el marco internacional ese capitalismo apátrida occidental necesita activar focos de guerra, para evitar deserciones de países suministradores de materias primas, intimidar militarmente a potenciales competidores, y de rebote estimular una rentable industria armamentística.
Por otra parte, el modo de producción capitalista ha aportado un conjunto de valores específicos, que han sido asumidos por la mayoría de partidos políticos; de tal forma que, en el horizonte ideológico de la mayoría de ellos no aparece otra sociedad posible distinta del capitalismo. Ese conjunto valores se desprenden de la aceptación del criterio liberal de que la actividad orientada a perseguir intereses económicos particulares acaba favoreciendo el interés general. De ello que se considere sagrada la propiedad privada de los medios de producción (por oposición a propiedad pública), a la vez que se repite como un dogma que libertad es equivalente a libre competencia y existencia del mercado, cuando el mismo desarrollo capitalista, al desembocar en grandes empresas monopolistas y oligopolistas va suprimiendo la competencia y el mercado. La propiedad privada de los medios de producción es ya una antigualla en buena parte de la producción de bienes y servicios, y en la totalidad de las empresas estratégicas. Antigualla cuyo mantenimiento sirve para que el conjunto de la sociedad consumidora soporte un gravamen directo para garantizar el beneficio particular de los accionistas de las empresas monopolistas y oligopolistas.
Por otra parte, está demostrado, que si no hay terremotos sociales y políticos las clases dominadas adoptan la ideología de las clases dominantes. Por extensión, la mayoría de los partidos políticos asumen los valores ideológicos que se desprenden del liberalismo y con ello del capitalismo en su conjunto. De ello que el campo de confrontación electoral entre los distintos partidos se reduzca a la mejor manera de gestionar un mismo sistema capitalista infectado de intereses contradictorios entre clases sociales y en el interior mismo de la clase social dominante. La elección del partido gestor en un momento determinado está condicionada por la evolución de la opinión pública, en la que influyen las condiciones materiales de vida, el grado de fraccionamiento de una clase dominante siempre embarazada de sus propias contradicciones económicas e ideológicas, y del éxito de los medios de comunicación y otros aparatos ideológicos del Estado para moldear en sus trazos generales, una opinión pública favorable al sistema capitalista y a sus valores.
Por tanto, los intereses de los trabajadores y de la mayoría social, objetivamente antagónicos con la existencia de una sociedad que da por buena la desigualdad no se visualizarán en el terreno electoral, mientras la influencia de la ideología dominante sobre las dominadas, no se resquebraje como consecuencia de crisis políticas o ideológicas. Un partido político que pretenda acabar con las diferencias sociales de raíz, debe combatir la ideología clasista dominante y agudizar las contradicciones del sistema para que la posibilidad de cambio de régimen a la que empuja el mismo desarrollo de las fuerzas productivas, no quede aplastada y aparezca encima de la mesa.
Pero mientras tanto, las elecciones en los sistemas capitalistas desarrollados son concursos para la asignación de la gestión del sistema a unas u otras opciones ideológicas más o menos coincidentes con el sistema económico. Finalmente, todo queda ocultó detrás de un choque ideológico donde aspectos parciales, consecuencias colaterales y aspectos de detalle -muchas veces simples escenificaciones- adquieren forma de enfrentamiento ideológico principal.
Partiendo de la base de que aceptar el capitalismo, significa obligatoriamente verse obligado en lo económico a aplicar el modelo neoliberal, más o menos duro, pero siempre oculto detrás de algo que se presenta como ideología y de defensa de ciertos valores éticos y morales Un modelo económico que empuja constantemente a empeorar las condiciones de vida y trabajo. En la actualidad, y a nivel mundial, aparecen dos ofertas ideológicas principales para la gestión de un mismo modo de producción de distribución y de consumo.
Por una parte, aquella que a fecha de hoy ampara la existencia del expolio de unas clases por otras, levantando la bandera de la libertad. Entendiéndola como un revuelto entre el derecho para saquear a los demás y la protección de derechos individuales de todo tipo, que no amenazan al mantenimiento del sistema. Estos últimos son ofrecidos como señuelos para distraer la posible la respuesta de la sociedad al empeoramiento de las condiciones de vida. Algunos de ellos son exhibidos como bandera de democracia y libertad pero que al convertirlos en señas de identidad emancipatorias principales, aisladas de los contextos históricos-económicos-sociales que producen discriminaciones y otras atrocidades, se transforman en teorías reaccionarios que encubren el dominio de unas clases por otras. Estos son, por ejemplo, la ideología LGTBIQ+, el antirracismo, la libertad religiosa, el animalismo, ecologismo, y el feminismo. Ellas han llegado a componer todo un sub-cuerpo ideológico, machaconamente repetido por medios de comunicación afines al capitalismo. Lo que en principio era una conquista democrática, se ha transformado en una poderosa legitimación ideológica de las grandes desigualdades económicas; que no solo sirve para proporcionar señas de identidad ideológica a una izquierda que las ha perdido y se ha integrada en el sistema, es que además ha creado nuevos campos de inversión para el capital.
La defensa de tal sub-cuerpo ideológico, presentado como de libertad, no solo ha impedido que en Francia pudiera aparecer una alternativa política e ideológicamente independiente de la aceptación del capitalismo, es que ha reforzado las posiciones neoliberales de Macrón. De hecho, el apoyo a la guerra que EE. UU. tiene declarada a Rusia en suelo ucraniano ha recibido un respaldo. De la misma forma que la solidaridad con el pueblo palestino ha sido tachada de antisemita.
La coalición Nuevo Frente Popular ha ganado las elecciones con 182 escaños. Pero el segundo partido dentro del mismo es el socialdemócrata pro-OTAN y partidario de la guerra de Ucrania, Partido Socialista con 59 diputados. Este junto con los Verdes (28) son mayoría dentro del Nuevo Frente Popular. Ellos se impondrían a un hipotético bloque encabezado por el partido Francia Insumisa de Melenchón (74 escaños), y el más que dudoso apoyo del Partido Comunista (9 escaños). En este escenario es previsible que con el sostén de la socialdemocracia en Francia predomine la misma tendencia ideológica neoliberal y belicista que hasta ahora. Neoliberalismo pan-europeísta y belicismo que son defendidos con vehemencia por el presidente Macrón. La única posibilidad de impedirlo consiste en que, al calor de la victoria electoral (al igual que ocurrió en España en febrero de 1936), el pueblo francés desborde con la movilización las expectativas integradoras en el capitalismo de los partidos que componen el Nuevo Frente Popular y fuerce un gobierno encabezado por Melenchón, como primer paso. Pero, sobre todo, que se formen organismos de poder popular (al igual que en la Rusia de 1917) que impidan la involución y favorezca la formación de una alternativa política para el cambio de régimen. Ese hipotético marco político en Francia abriría expectativas revolucionarias en Europa.
La otra propuesta ideológica que se disputa la gestión del sistema capitalista con la llamada derecha clásica neoliberal es la ultraderecha. Esta arrastra la enorme contradicción de que su ascenso es consecuencia del descontento provocado por los recortes sociales y el empeoramiento de las condiciones de vida, pero su plena adhesión al capitalismo les hace ser unos devotos ejecutores del neoliberalismo económico, con lo cual, no solo operan en sentido contrario a los “indignados” que electoralmente los encumbran, es que su nacionalismo se reduce a cultivar el racismo ideológico y a incitar una caza de inmigrantes pobres. El hecho diferencial de cualquier otra propuesta política y económica que acepta el modo de producción capitalista se reduce a gesticular magnificar y exagerar un imaginario peligro para la patria y la identidad nacional. Mensaje fácil y simplista que puede calar en clases medios y trabajadores infectados por el virus progresivo de la pobreza que propaga el capitalismo de nuestros días.
Todo este discurso racista y anti inmigratorio carece de ningún rigor, solo se sustenta en la magnificación de hechos aislados tales como la saturación de las consultas médicas, o en la difusión de bulos como que los estados priorizan las ayudas a inmigrantes, cuando los nacionales tienen necesidades, y hasta del lanzamiento al aire de la idea de que la ultraderecha defiende a las mujeres contra las violaciones de los inmigrantes. En realidad, las migraciones, ahora y en todos los tiempos, son consecuencia de realidades socioeconómicas concretas en los países de origen. Sin negar que la inmigración contribuye a modificar el andamiaje sociocultural de cualquier país -todos los pueblos del mundo se han formado a base de migraciones- lo cierto es que, ni ahora ni nunca, se han podido impedir con medidas represivas, sin suprimir las causas que la provocan.
Los posicionamientos directamente neofascistas se refugian en las ultraderechas políticas y aportan alguna decoración fuera de tono al envoltorio ideológico con el que se reviste su oferta para gestionar el capitalismo. Lo cual favorece al concursante contrario.
En los países europeos donde gobierna, ha gobernado, influye o ha influido la ultraderecha (Hungría, Polonia, Holanda, Austria, Italia, Finlandia, Suecia) se ha notado una cierta prisa por aplicar medidas neoliberales y mayores incentivos para la inversión extranjera y en el plano ideológico el impulso a la religión y limitaciones al colectivo LGTBIQ+ como en Hungría o en Polonia, pero sobre todo, lo que unifica a toda la ultraderecha es la declaración de guerra a la inmigración, y el imbécil e inútil llamamiento a la defensa de una patria amenazada por extranjeros pobres.
Por otra parte, la existencia de la ultraderecha que se justica a sí misma con un discurso muy crítico a la ideología postmoderna con la que se envuelve el neoliberalismo, hoy mayoritario, sirve también, como ha ocurrido en Francia para ofrecer un discurso que equipara la ultraderecha con la supresión de las libertades democráticas formales. El recuerdo de los fascismos, el nazismo alemán y la segunda guerra mundial hace que buena parte de la sociedad sea preventiva con respecto a la ultraderecha. En definitiva, la existencia de la ultraderecha en Francia, de momento, ha servido para validar las políticas neoliberales y belicistas que se están aplicando. El gran capital entregará la gestión de sus asuntos a la ultraderecha en el momento que la necesite. Pero es posible que entonces el gran capital necesite de verdad suprimir las libertades democrático burguesas; que ahora no lo necesita, porque no está amenazada. Por otra parte, no es necesario decirse de ultraderecha para acabar con libertades formales; de hecho, cada vez, es más descarada la censura de prensa y el intento de adoctrinar a la sociedad a través de los medios de comunicación, ya sea en los subvalores postmodernos de Europa Occidental o en los contrarios como en Hungría.
El resumen la dicotomía, o democracia o fascismo ultraderechista es falsa; y sirve para evitar que la clase obrera y el pueblo pueda ofrecer una alternativa política e ideológica propia, porque lo que se ofrece en elecciones es la posibilidad de elegir entre lo mismo y lo mismo, con música diferente